BERTRAND RUSSELL
1.-«Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo,
no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se
aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a
un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan
allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo -y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que
provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los
adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un
filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo
sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo
tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad.
Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño
pequeño durante toda la vida» (GAARDER, J.: El mundo de Sofía).
2.-«Por filosofía entendemos una manera de pensar totalmente nueva que surgió
en Grecia alrededor del año 600 antes de Cristo. Hasta entonces, habían sido
las distintas religiones las que habían dado a la gente las respuestas a todas
esas preguntas que se hacían. Estas explicaciones religiosas se transmitieron
de generación en generación a través de los mitos. Un mito es un relato sobre
dioses, un relato que pretende explicar el principio de la vida.
Por todo el mundo ha surgido, en el transcurso de los milenios, una enorme
flora de explicaciones míticas a las cuestiones filosóficas. Los filósofos
griegos intentaron enseñar a los seres humanos que no debían fiarse de tales
explicaciones» (Idem).
3.-«Si se pregunta a un matemático, un mineralogista, un historiador, o
cualquier hombre de ciencia, qué cuerpo definido de verdades ha logrado la
ciencia que profesa, su respuesta durará tanto tiempo como uno esté a
escucharle. Pero, si se le plantea la misma pregunta a un filósofo, si es
sincero, tendrá que confesar que su disciplina no ha alcanzado resultados
positivos como los logrados por otras ciencias. Es cierto que esto se explica,
en parte, por el hecho de que, tan pronto como un conocimiento definido
respecto a cualquier disciplina se hace posible, esta disciplina deja de ser
llamada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo el estudio del
firmamento, que ahora pertenece a la astronomía, estuvo incluido en otros
tiempos en la filosofía; la gran obra de Newton se denominó Principios
matemáticos de la filosofía natural. De manera similar, el estudio de la mente
humana, que fue una parte de la filosofía, ha sido ahora separado de la filosofía
y se ha convertido en la ciencia de la psicología. Así, en gran medida, la
incertidumbre de la filosofía es más aparente que real: aquellas cuestiones que
ya son susceptibles de recibir respuestas definidas quedan colocadas en el seno
de las ciencias, mientras aquellas otras a las cuales no puede darse todavía
una respuesta definida, quedan para formar el residuo que se llama filosofía.
Sin embargo, esto es solamente parte de la verdad con respecto a la
incertidumbre de la filosofía. Hay muchas cuestiones –y entre ellas aquellas
que son del más profundo interés para nuestra vida espiritual- que, en lo que
nosotros alcanzamos a ver, permanecerán insolubles para el intelecto humano, a
menos que sus facultades se transformen en un orden completamente distinto del
que actualmente poseen. ¿Tiene el universo alguna unidad de plan o de
propósito, o es un fortuito concurso de átomos? ¿Es la conciencia parte
permanente del universo, alentando la esperanza de un desarrollo indefinido de
la sabiduría, o es un accidente transitorio en un pequeño planeta en el cual
terminará por hacerse imposible la vida? El bien y el mal ¿tienen importancia
para el universo o solamente para el hombre? Tales preguntas las formula la
filosofía, y son contestadas diversamente por diversos filósofos. Pudiera
parecer, sin embargo, que, tanto si es posible descubrir de otro modo las
respuestas como si no, ninguna de las respuestas ofrecidas por la filosofía es
demostrablemente verdadera. No obstante, por insignificante que pueda ser la esperanza
de descubrir una respuesta constituye parte de la misión de la filosofía
proseguir la consideración de tales cuestiones, darnos conciencia de su
importancia, examinar todos los medios de abordarlas y mantener vivo ese
interés especulativo por el universo susceptible de ser aniquilado si nos
confinamos en un conocimiento definidamente averiguable» (RUSSELL, B.: Los problemas de la filosofía).
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