viernes, 17 de enero de 2014

Los problemas de la filosofía

 BERTRAND RUSSELL

1.-«Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo -y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida»  (GAARDER, J.: El mundo de Sofía).

2.-«Por filosofía entendemos una manera de pensar totalmente nueva que surgió en Grecia alrededor del año 600 antes de Cristo. Hasta entonces, habían sido las distintas religiones las que habían dado a la gente las respuestas a todas esas preguntas que se hacían. Estas explicaciones religiosas se transmitieron de generación en generación a través de los mitos. Un mito es un relato sobre dioses, un relato que pretende explicar el principio de la vida.
Por todo el mundo ha surgido, en el transcurso de los milenios, una enorme flora de explicaciones míticas a las cuestiones filosóficas. Los filósofos griegos intentaron enseñar a los seres humanos que no debían fiarse de tales explicaciones» (Idem).

3.-«Si se pregunta a un matemático, un mineralogista, un historiador, o cualquier hombre de ciencia, qué cuerpo definido de verdades ha logrado la ciencia que profesa, su respuesta durará tanto tiempo como uno esté a escucharle. Pero, si se le plantea la misma pregunta a un filósofo, si es sincero, tendrá que confesar que su disciplina no ha alcanzado resultados positivos como los logrados por otras ciencias. Es cierto que esto se explica, en parte, por el hecho de que, tan pronto como un conocimiento definido respecto a cualquier disciplina se hace posible, esta disciplina deja de ser llamada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo el estudio del firmamento, que ahora pertenece a la astronomía, estuvo incluido en otros tiempos en la filosofía; la gran obra de Newton se denominó Principios matemáticos de la filosofía natural. De manera similar, el estudio de la mente humana, que fue una parte de la filosofía, ha sido ahora separado de la filosofía y se ha convertido en la ciencia de la psicología. Así, en gran medida, la incertidumbre de la filosofía es más aparente que real: aquellas cuestiones que ya son susceptibles de recibir respuestas definidas quedan colocadas en el seno de las ciencias, mientras aquellas otras a las cuales no puede darse todavía una respuesta definida, quedan para formar el residuo que se llama filosofía.


Sin embargo, esto es solamente parte de la verdad con respecto a la incertidumbre de la filosofía. Hay muchas cuestiones –y entre ellas aquellas que son del más profundo interés para nuestra vida espiritual- que, en lo que nosotros alcanzamos a ver, permanecerán insolubles para el intelecto humano, a menos que sus facultades se transformen en un orden completamente distinto del que actualmente poseen. ¿Tiene el universo alguna unidad de plan o de propósito, o es un fortuito concurso de átomos? ¿Es la conciencia parte permanente del universo, alentando la esperanza de un desarrollo indefinido de la sabiduría, o es un accidente transitorio en un pequeño planeta en el cual terminará por hacerse imposible la vida? El bien y el mal ¿tienen importancia para el universo o solamente para el hombre? Tales preguntas las formula la filosofía, y son contestadas diversamente por diversos filósofos. Pudiera parecer, sin embargo, que, tanto si es posible descubrir de otro modo las respuestas como si no, ninguna de las respuestas ofrecidas por la filosofía es demostrablemente verdadera. No obstante, por insignificante que pueda ser la esperanza de descubrir una respuesta constituye parte de la misión de la filosofía proseguir la consideración de tales cuestiones, darnos conciencia de su importancia, examinar todos los medios de abordarlas y mantener vivo ese interés especulativo por el universo susceptible de ser aniquilado si nos confinamos en un conocimiento definidamente averiguable» (
RUSSELL, B.: Los problemas de la filosofía).

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