viernes, 13 de julio de 2007

EL CHISTE Y LA SABIDURIA

El chiste, el acertijo y la broma son excelentes y necesarísimos ingredientes de la sabiduría, ya que su esencia es precisamente la ruptura del orden lógico y del conocimiento formal con alguna salida que, como una chispa, ilumina bruscamente el entendimiento con una novedad, se desgrana en risa y deja un sabor de ingenio en la mente.

De la tradición hasídica he aquí un tratado mínimo sobre la incertidumbre asumida. El rabino Eliezer se dirige en la madrugada a su sinagoga clandestina cruzando la plaza central de Varsovia, ocupada por fuerzas de cosacos antisemitas. Un oficial cosaco, ricamente montado observa con desprecio la figura del rabino y decide hostilizarlo. Se le avalanza amenazadoramente hasta acorralarlo con su corcel y le pregunta: "¿Dónde vas tan temprano, rabino?" "Quién sabe", replica el rabino humildemente. Encolerizado el cosaco le grita: "¿Cómo que quién sabe, rabino, si todas las mañanas te veo cruzar la plaza con paso decidido, seguramente hacia alguna sinagoga? Andando a la cárcel que te voy a interrogar." "Ya ves", le dice el rabino serenamente: "quién sabe."

Ahora, de la tradición sufi una anécdota sobre la fortaleza y la debilidad de la lógica y la retórica. El sin par Mulla Nasrudin, de quien continuamente se duda si es un santo o un loco, ha sido electo, con reticencias y para ponerlo a prueba, como juez local durante una semana. Llega el primer caso. Se trata de un litigio entre dos partes sobre la propiedad de un terreno. Nasrudin le da la palabra a la parte acusadora. El querelloso está tan brillante, tan seguro y es tan convincente que el Mulla se deja llevar por el entusiasmo y al final de su alocución le aplaude y le dice: "¡Tienes razón, tienes razón!" El secretario se escandaliza y le advierte al extraño juez: "¡Pero si no has escuchado a la parte contraria!" Nasrudin se calma y le da la palabra al defensor. Este también es claro y penetrante, su argumentación es excelente. Nasrudin, fuera de sí, lo interrumpe: "¡Tienes razón, tienes razón!" El secretario pierde la compostura y se levanta para inclinarse hacia Nasrudin con el dedo amenazante: "No seas idiota, no pueden tener razón las dos partes." Y Nasrudin le replica, igual de eufórico: "¡Tienes razón, tienes razón!"

A continuación una sabrosa anécdota zen sobre la falsa sabiduría. Yamoaka, un estudiante de zen, después de visitar a un maestro tras otro y sentirse cada vez más enterado llegó con el maestro Dokuon. Deseoso de mostrar su grado de comprensión le recita las verdades más profundas del zen: "La mente, el Buda y todas las cosas no existen en realidad. La naturaleza última de los fenómenos es el vacío. No hay nada de que percatarse, no hay engaño ni mediocridad. No hay nada que dar ni nada que recibir." Dokuon, que fumaba tranquilamente, se mantuvo silencioso e impasible. De repente y sin previo aviso le asestó un buen golpe a Yamoaka con su pipa de bambú. Esto enfureció al joven estudiante. "Si nada existe", inquirió entonces Dokuon con una amable sonrisa, "¿de dónde sale tanta rabia?"

Ahora un pequeño cuento taoísta. Shu Fu-Tseu era un erudito escéptico que no creía en milagros. Cuando murió su suegro y Shu lo velaba solitario, el ataúd se elevó lentamente hasta quedarse inmóvil en al aire. Shu se horrorizó y postrándose ante la caja gritó atropelladamente: "¡Venerable suegro, te ruego que no contradigas mis creencias!" Dicho esto el ataúd bajó lentamente hasta depositarse en el suelo, con lo cual Shu recobró aliviado su escepticismo.

Alfredo López Austin nos cuenta un chiste del ubicuo Pedro de Ordimales recogido de entre los indios tepecanos de Jalisco. Iban unos arrieros por el camino real cuando vieron a Pedro de Ordimales brincando para atrapar algo con su sombrero. "¡Vengan a ver el pájaro cu!", les gritó Pedro mientras cubría el suelo con su sombrero. "¿Cómo es el pájaro cu?", preguntaron los arrieros. "Muy bello", contestó Pedro. "Si quieren se los vendo. Páguenme y préstenme otro sombrero; pero no lo destapen ahora porque me sigue. Esperen a que me haya alejado." Los arrieros, deseando admirar y quizás vender el pájaro cu pagaron a Pedro lo que les pidió, le dieron otro sombrero y esperaron a que se alejara. Luego alzaron el sombrero poquito a poco y el capitán metió la mano para coger el ave. Tanteó, localizó, cerró los dedos y sintió cómo inundaba su mano un buen montón de mierda fresca.

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen3/ciencia3/152/htm/sec_16.htm

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