lunes, 18 de diciembre de 2017

Días de selfis y coito veloz

Por: Reinaldo Spitaletta
9 May 2016 - 9:00 PM

—Profe, eso está muy largo. —¿Y qué tienen contra lo largo?
Estas situaciones en torno a la lectura de textos de cierta extensión, de algún largor no muy conflictivo, que no son Los miserables ni el Quijote ni El hombre sin atributos, en fin, se presentan en los ámbitos universitarios. Tal vez porque el mundillo de hoy está hecho para la rapidez, la irreflexión, lo superficial y aquello que sea digerible en cuestión de segundos.
Hay una resistencia al pensamiento, al análisis, y a todo lo que no quepa en ciento cuarenta caracteres, o aquello que sobrepase los límites de unos segundos de concentración. Acabo de escribir una novela, de unas sesenta mil palabras, sobre un mundo extinguido, en el que si acaso aparece un teléfono es de aquellos de mesa, con cable en espiral y disco de marcación con huequitos. De los mismos que en las casas de antes les ponía el papá o la mamá un candado miniatura para evitar tanta conversadera de novias y novios.
Digo que es una novela de un ámbito de ancianidades, de seres que viven sus últimos días, apurados por la enfermedad, desahuciados por los tiempos en los que el rock y la denominada “nueva ola” desplaza sus canciones apolilladas. Calendas en las que no había sicarios ni mafiosos ni padrinitos a la criolla. También novelables, por supuesto.
Hoy, quizá, determinados editores exijan novelitas de pacotilla, con selfies, youtubers, o aventurillas de consumo masivo para que la muchachada las devore sin digestión ni crítica, que habitamos un globo en el que entre menos se piense y cuestione, mejor. Ahora, aquello que el latino Horacio proclamaba como una manera de vivir el día, con intensidad, como si ya no hubiera más tiempo para “una larga esperanza”, es poder mostrar el vacío existencial a los otros, en una autofoto, en la que los labios puedan dibujar con sensualidad el “pico de pato” o con los pómulos con ácido hialurónico “para moldear más el rostro”.
Sí, estamos en los días del “divino rostro”, con rellenos (pero no sanitarios) para corregir arruguitas y con apelación al bótox como aliado de la bonitura, porque en los tiempos de la apariencia hay que lucir chévere, y así la selfie hará una maratón por las redes sociales, con muchos “me gusta”. De tal modo, como lo hubiera dicho el viejito Fernando González, cuya mayoría de textos no son largos pero igual tampoco se leen ni sirven para adaptación a telenovela, “vanidad significa carencia de sustancia, apariencia vacía”.
El nuevo narcisismo parece estar conectado con la atrofia del pensamiento crítico y de la falta de cultivo de la inconformidad social y política, con la hipertrofia de una sensibilidad por lo banal y desechable. Es más atractivo que una marcha por los derechos a una vida digna, hacer lo posible, o lo imposible, por rellenar “surcos nasogenianos” o disimular las “patas de gallina”. Para que la selfie salga de rechupete y relumbrón.
Para las novísimas tribus juveniles, acuciadas por el mundo digital en el que nacieron y crecieron, la paciencia dejó de ser un atributo y nada puede esperar. Saben que el Smartphone que tienen en la mano ahora, mañana será obsoleto. No pueden esperar a un desenlace de novela, no están para saber cómo murió don Quijote ni por qué un policía persiguió durante tanto tiempo a Jean Valjean y ante el fracaso se arroja a las aguas del Sena. Y menos hundirse en el monólogo de Molly o quedarse perplejos ante una descripción de una fumada con volutas caprichosas en una obra como En búsqueda del tiempo perdido, que para muchos de estos chalanes nativos digitales leer una obra de esas es, precisamente, perder el tiempo.
A lo mejor (y a veces no sin razones de peso) la universidad sea una suerte de obstáculo para el ejercicio de la vida rauda de ahora. No requieren disciplinas mentales, ni ilustración histórica, ni nada que no esté sintonizado con el hoy y su velocidad einsteniana. Están más preparados para el consumo, y sobre todo, para lo que antes llamábamos el esnobismo. Todo debe ocurrir ya: un polvo, un coito (eso de que el hombre es un animal triste después del coito es pura paja para ellos), una conquista… Ah, y el concepto de amistad lo da Facebook. Hasta razón tendrán, como mi abuelo, que decía que amigos no hay. Así que, profe, eso está muy largo. Pónganos a leer un tuiter.

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