miércoles, 18 de marzo de 2020

Nuestros antepasados

Hasta mediados siglo XIX se consideraba que la especie humana tenía una antigüedad de pocos miles de años. Una consideración que fue cuestionada, el 1859, cuando Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. El proceso evolutivo —defendía— sólo es comprensible con una nueva visión del tiempo, un tiempo infinitamente dilatado: la evolución de los seres vivos exige hablar no de miles de años sino de millones de años. Cuatro años después del libro de Darwin, se descubrió el primer fósil Neanderthal: los científicos comenzaron a aceptar que podían haber existido humanos diferentes de sus contemporáneos.






Ciertamente, los huesos encontrados en Alemania, en el valle del río Neander (thalsignifica «valle»), eran muy parecidos a los del hombre actual pero con más espesor y robustez. Hoy sabemos que el hombre de Neanderthal, una subespecie de Homo
sapiens (Homo sapiens Neanderthalensis), apareció en Europa hace 300.000 o 250.000 años; posteriormente, hace unos 35.000, se extinguió: no es un antepasado nuestro.



Los humanos somos primates. Con la desaparición de los dinosaurios, hace unos 65 millones de años, unos primates, los prosimios, proliferaron en medio de un entorno vegetal nuevo, el de les primeras plantas con flor. ¡Nuestros remotos antepasados primates aparecieron y evolucionaron junto con las primeras flores!

Pocos millones de años después, ya en la era terciaria, apareció otra rama de primates, el suborden de los antropoides que, posteriormente, se bifurcará originando la gran variedad de monos y la superfamilia de los hominoides. De los hominoides, millones de años después, surgió la familia de los póngidos (chimpancé, gorila, orangután y gibón) y la familia del homínidos (austrolopitecos

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